Así ha funcionado reducir la semana laboral en el resto de países europeos

La propuesta del vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, de reducir la semana laboral de 40 a 32 horas no es una «rara avis» en Europa, ya que entre nuestros vecinos existen antecedentes. Desde propuestas locales en Alemania de reducir horario de trabajo de ocho a seis horas, hasta el «fracaso» de las 35 horas semanales en Francia.

Alemania, en experimentación
En 2015, la ciudad alemana de Gotemburgo realizó un primer experimento en el que 70 enfermeras y cuidadores pasaron de una jornada laboral de 8 horas a solo 6, manteniendo el mismo salario. Tras 18 meses, el personal municipal registraba menos bajas por enfermedad y aumentó su productividad, organizando hasta un 85% más de actividades con los ancianos de los que se ocupaba, pero solo la prueba piloto costó 1,3 millones de euros al ayuntamiento, para cubrir las horas que quedaban vacías. El concejal que promovió la idea, Daniel Bernmar, resumió: «queda claro que todo funciona mejor con una jornada de 6 horas, pero que no nos lo podemos permitir sin subir los impuestos».

En 2018, el sindicato IG Metall llegó con la patronal a un acuerdo para dar la posibilidad a parte de sus 2,3 millones de afiliados de optar por una semana de 28 horas durante dos años, prorrateando su salario, o por jornadas de 40 horas para lo que deseasen «tapar huecos productivos». Más de 700 empresas en sur de Alemania participan en ese segundo experimento, entre ellas Daimler, ZF y Bosch, pero han sido proporcionalmente muy pocos los trabajadores interesados, de manera que la herramienta había ido quedando en desuso hasta la llegada del coronavirus.

Entre la batería de medidas tomadas por el gobierno alemán contra la recesión, figuran las subvenciones a las jornadas reducidas, a las que las empresas se han adherido en gran porcentaje debido al parón productivo. Esta fórmula fue ideada por primera vez por Volkswagen, que atravesó la profunda crisis en la década de 1990 gracias a la semana de 28,8 horas acordada con el sindicato. El gobierno de Merkel aplicó ya también esta receta en la anterior crisis, a partir de 2008, y volvió a tener éxito. En Alemania, por tanto, no hay ERTEs, sino reducciones de jornada con ayuda estatal para compensar la pérdida de salario. Y el sindicato IG Metall reivindica ahora que la figura quede fijada en los convenios y que se extiendan esas subvenciones durante dos años, dado que sin la ayuda estatal, la jornada de 28 horas ha demostrado no ser viable ni para los trabajadores ni para la industria. La patronal de la industria parece abierta a la idea, mientras el sector servicios es reticente.

La ley laboral danesa marca en 37 horas el máximo de horas semanal, aunque según la OCDE la media realizada por cada empleado danés es de 33. En el país nórdico el Gobierno busca primar la flexibilización de horarios con el objetivo de que los trabajadores puedan conciliar trabajo y familia. Además, con la misma finalidad es posible conseguir contratos de 25 horas que permitan no desengancharse del mercado laboral.

Francia, aún con secuelas
La introducción de la semana laboral de 35 horas, a partir del año 2000, se tradujo, en Francia, en
destrucción de empleo
, aumento del paro, incremento de la precariedad, bajada de la competitividad y agravación de los déficits públicos.

Desde hace veinte años, sucesivos gobiernos de izquierda y derecha han intentando «compensar», «aliviar» y «recortar» los efectos perversos de la transición de la semana laboral de 39 a 35 horas. En vano. Los artilugios fiscales y administrativos han creado nuevos problemas, complicando y deteriorando los servicios públicos.

En Reino Unido, a debate
En Reino Unido hay actualmente en marcha una campaña para promover la semana laboral de cuatro días. Según un estudio de Autonomy, un «think thank» que la apoya, este cambio en la jornada podría ayudar a crear medio millón de puestos de trabajo. Además, una encuesta de YouGov reveló que el 63% de la población está a favor de esta idea, que también cuenta con el apoyo de algunos políticos, como el parlamentario laborista John McDonell.
Source: ABC

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