Brooklyn se reconstruye

Mikhail Prokhorov, multimillonario y playboy ruso (ahora 53 años), no se podía resistir al olor del dinero y, sobre todo, a los focos bajo los que se mueve el deporte profesional estadounidense. Hace poco más de una década, trabajaba en un plan que vio la luz verde en mayo de 2010 y que le puso al frente de los Nets y de su proyecto de mudanza de New Jersey a Brooklyn. De un extrarradio yermo al centro del universo, con el nuevo Barclays Center como una multimillonaria joya de la corona. El primer dueño de una franquicia NBA no norteamericano llegó y conquistó con ese extraño carisma del poder nada disimulado: se presentó en su primera rueda de prensa diciendo «americanos, vengo en son de paz» y prometió después casarse si en cinco años sus Nets no habían sido campeones.

Prokhorov tenía un plan que pasaba por hacer mucho ruido, quitarle Nueva York a los Knicks y desde ahí dominar la NBA. Lo primero era fácil de lograr en la práctica, lo demás solo en su cabeza. Y por pura irresponsabilidad o por huir hacia adelante para tener contento al jefe, el general manager Billie King (en el cargo entre 2010 y 2016) se lanzó a dibujar en un roster profesional los sueños que poblaban la mente de un multimillonario ruso para el que casarse era algo tan parecido al infierno que lo ofreció como prenda a cambio de que se creyera en su proyecto megalómano. En 2015, cuando habían pasado los cinco años, se limpió del asunto asegurando que le pasaba el cable a Adam Silver, que contrajo matrimonio ese año y es (por lo que parece) perfectamente feliz con ello, por raro que le deba parecer a Prokhorov.

Danny Ainge, en Boston, observaba lo que pasaba no muy lejos de su despacho de vieja escuela y se dispuso a charlar, con su mejor sonrisa de tahúr, con los nuevos ricos de Brooklyn, que tenían a Joe Johnson, Deron Williams y Brook Lopez pero querían más. Primero se habló de Paul Pierce a cambio de una primera ronda y Kris Humphries. Ainge ya sabía que sus últimos Celtics grandes, los del anillo de 2008, habían caducado, y que cuanto más decidiera la cabeza y menos el corazón, antes tendría otro gran equipo en el bolsillo. Así que el pez gordo (rico) picó todo el anzuelo: Pierce (36 años) se fue con Kevin Garnett (37), un Jason Terry también venido a menos y DJ White a Brooklyn a cambio de varios jugadores (Gerald Wallace, Kris Humphries, MarShon Brooks, Keith Bogans…) y, aquí esaba el quid de la cuestión, tres primeras rondas (2014, 2016 y 2018) más el derecho a intercambiar la de 2017 si tal era el deseo de los Celtics.

Fue un 12 de julio de 2013. El día en el que los Celtics sentaron las bases de un futuro brillante a muy corto plazo y los Nets aceptaron el peor trade de la historia, probablemente. Uno que les abocó a, es donde están ahora, seguramente la reconstrucción más difícil que jamás haya tenido delante los despachos de una franquicia.

Los Nets ganaron 44 y 38 partidos entre 2013 y 2015 y cayeron en segunda y primera ronda ante Heat y Hawks. Al quinteto de playstation (Deron Williams, Joe Johnson, Paul Pierce, Kevin Garnett, Brook Lopez) le sobraban algunos años para ser realmente un poder de una NBA que, sin mucha pompa, volvió en seguida la vista hacia otras historias. Pero los Nets quedaron allí, varados: el equipo no daba más de sí y no había ningún camino hacia el futuro, sin primeras rondas hasta 2019 salvo la de 2015, sobre la que tenían (lo ejercieron) derecho de intercambio los Hawks (finalmente, el pick 15 por el 29) desde el traspaso de Joe Johnson.

Paul Pierce se fue a Washington en julio de 2014, Garnett regresó a Minnesota en febrero de 2015 y pronto solo quedó humo donde debería haber un imperio. Billy King fue despedido en enero de 2016 y se puso al frente de una pesadilla imposible el neozelandés Sean Marks (que estaba en activo como jugador en pleno ascenso de Prokhorov). En abril, Marks enganchó a su plan al entrenador Kenny Atkinson, que era asistente de Mike Budenholzer en los Hawks. Y ambos, paso a paso y con mucho trabajo y muy poco glamour, por mucho Brooklyn que sea, están sacando a una franquicia sumergida del fondo de un pozo que amenazaba con no tener fondo si se seguía dando palos de ciego. Ahora el equipo está 6-6, compite cada noche y avanza hacia el primer verano con su pick de primera ronda desde el trade maldito… y otro, porque tiene la de Denver con una protección 1-12 que no será efectiva salvo cataclismo improbable en las Rocosas. La obtuvieron, por cierto, cuando asumieron los contratos de Darrell Arthur y Kenneth Faried. Los Nuggets limpiaron 21 millones de sus cuentas y dieron una primera protegida y una segunda ronda (2020).

Y ese es exactamente el modus operandi de estos Nets, que son más Progreso que Proceso: hacerse con cualquier atisbo de talento que se ponga a tiro, usar el margen salarial para absorber contratos tóxicos que vengan con rondas de draft de regalo, sobrepagar por la clase media para, al menos, tener un equipo de verdad que salga a jugar cada noche, y apostar por talentos en cuestión con los que en otros sitios se haya acabado la paciencia. Ir rascando: pick a pick, jugador a jugador. Marks caza todo lo que otea a tiro y deja que Atkinson pruebe, juzgue y decida. El desarrollo interno de jugadores cobra una importancia crucial, también la creación de un sistema de juego reconocible, duradero y moderno. Primero volver a competir sin las manos y los pies atados, después la respetabilidad. Finalmente, quizá, un equipo de categoría. Están creando la cultura. Y tienen Brooklyn, no lo olvidemos. Esas cosas no cuentan… hasta que cuentan.

Seguir el rastro del trabajo de Marks y Atkinson en las dos últimas temporadas y pico es seguir un rastro de miguitas de pan cuyas ramificaciones se extienden por toda la NBA. Incluido el llamado net tax, un impuesto de los Nets que la franquicia asume como parte del proceso y que va en dos direcciones: ellos entendieron que tendrían que sobrepagar por cualquier cosa (titulares a precio de estrella, suplentes a precio de titulares…) y, al hacerlo, han ido obligando a sacar el talonario a otros. Así sucedió con los tremendos contratos que firmaron a agentes libres restringidos que retuvieron sus equipos: Allen Crabbe, Tyler Johnson, Otto Porter…

Era tan difícil la tarea que prácticamente cada jugador de la actual plantilla tiene un pequeño proceso de ingeniería detrás. Marks llegó, cortó a Andrea Bargnani y dejó ir a Jarrett Jack, Thomas Robinson, Wayne Ellington, Shane Larkin, Karasev, Willie Reed, Donald Sloan, Henry Sims… Mientras, fichó a Jeremy Lin y obligó a Blazers y Heat y soltar muchos millones a Crabbe y Johnson. En pleno trasiego de jugadores para ver quién era quién (Yogi Ferrell, Anthony Bennett, Justin Hamilton, Joe Harris…), el Thaddeus Young que habían obtenido por Kevin Garnett se fue a Indiana a cambio de un pick con el que llegó Caris LeVert, elegido en el número 20 cuando para muchos expertos era carne de segunda ronda por sus operaciones peliagudas en el pie, que amenazaban una carrera que apuntaba muy alto en Michigan. Hoy, LeVert es una de las sensaciones de la temporada 2018-19 y tiene contrato por solo 2,6 millones para la 2019-20.

Joe Johnson perdonó tres millones en su buyout, Deron Williams ya había perdonado antes casi 20: aceptó 25 (los cobra prorrateados hasta el verano de 2020, más de 5 al año) de los 43, 5 que tenían garantizados en Brooklyn. En el cierre de mercado invernal de 2017 Bojan Bogdanovic se fue a Washington: los Wizards sentían que era la pieza que necesitaban de cara a los playoffs y los Nets percibieron la oportunidad y en una operación con relleno (Andrew Nicholson, Marcus Thornton…) se llevaron una primera ronda con protección de lotería que no se ejecutó en el siguiente draft: los Nets, que partían sin pick, se llevaron en el 22 a Jarrett Allen, que madura hacia lo que parece que va a ser un muy buen pívot titular.

En torno al mismo draft de 2017, los Lakers soltaron a D’Angelo Russell, un número 2 cuyo lugar iba a ser ocupado por otro, Lonzo Ball, para poder liberar el contrato de Ty Mozgov (una barbaridad de 4×64 millones firmada antes de la llegada de Magic Johnson). Se llevaron (además de a Kuzma) a Brook Lopez, alquilado un año, con el espacio salarial para LeBron James ya en mente. Mientras, los Nets deciden sin precipitarse sobre el irregular Russell (será agente libre restringido el próximo verano).

Y el salario de Mozgov acabó en Charlotte en la operación salida de Dwigth Howard, cortado (y ahora en Washington). Por el camino (y en operaciones como la de Tyler Zeller) los Nets han apilado segundas rondas, manejables para endulzar posibles traspasos, han absorbido el contrato de Crabbe (por fin en Brooklyn), firmado como agente libre a Ed Davis y capturado, otra oportunidad, a DeMarre Carroll, un fiasco en Toronto. Por desprenderse de su salario, los Raptors les dieron a los Nets dos rondas del pasado draft, primera y segunda: son los europeos Musa y Kurucs, otras balas de un futuro que hace no mucho ni siquiera existía. Otros se están aprovechando de una paciencia y buena mano en el desarrollo de jugadores que empieza a convertir a los Nets en un buen destino en el boca a boca dentro de la liga: Joe Harris, al que miraban con interés los Warriors cuando querían reforzar su banquillo la pasada temporada, o Spencer Dinwiddie son buenos ejemplos.

El alero Rondae Hollis-Jefferson, cuyos problemas en ataque minimizan su valor de futuro, fue otra primera ronda (2015) sacado a los Blazers con Steve Blake por más vestigios del antiguo régimen: Mason Plumlee y Pat Connaughton (ninguno de los dos está ya en Portland).

Apunta a tan barato el Este más allá del quinto puesto, especialmente en los dos últimos billetes para las eliminatorias, que ni siquiera es descartable que los Nets jueguen los próximos playoffs. Pero esa no es la cuestión. Tampoco que toque aplauso gratuito por sus tres victorias seguidas, con paliza a los Sixers y triunfo en Denver, donde los Nuggets estaban 6-0. Sencillamente, ese tipo de triunfos y esa buena marcha (en el 50% de victorias) ponen en primera plana lo que está siendo un trabajo excelente, meticuloso, paciente y hasta ahora muy desagradecido. Pase lo que pase, porque son demasiados (y tan volátiles) los factores en juego, el trabajo de Sean Marks y Kenny Atkinson está siendo extraordinario en Brooklyn, donde ya se ven al menos los andamios de lo que hace no mucho era una reconstrucción sencillamente imposible. Y en esta NBA donde tantos intentan medrar con atajos y trucos de magia, conviene destacarlo. AS

Source: Meridiano

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