De la Universidad al campo para crear granjas y cultivos 2.0.

«Detectamos presencia de mosquito verde y de acariosis en varios árboles junto al camino», dice un mensaje en la pantalla de Daniel Cano, un agricultor de tan solo 29 años que gestiona, a golpe de dron, casi 400 hectáreas de olivo, vid, almendro, pistacho y otros cultivos hortícolas como espárrago, sandía y melón en Camuñas (Toledo). Nada escapa a la vista del aparato, que mapea cada centímetro de las fincas , fotografía cualquier anomalía y, si es preciso, hasta reparte el fertilizante. «Esto es lo que se llama agricultura de precisión. Con drones y satélites intentamos ser más eficientes. No siempre hace falta la misma agua ni el mismo abono, depende del tipo de suelo, su riqueza, la pendiente… La homogeneidad en el campo no existe, así que así podemos dar a cada árbol o planta lo que necesita», cuenta este joven empresario, quinta generación de una familia que ha consagrado su vida a cultivar la tierra. «La inversión en nuevas tecnologías en sí misma no es un ahorro, pero este sí se logra gracias a las decisiones que tomas al ver los resultados de los análisis. Por ejemplo, si tienes un presupuesto limitado para pesticidas puedes repartirlo según los datos que recojas . Y en tierras que no sean demasiado grandes no necesitas invertir en maquinaria que haga ese reparto de forma automática, puede descargarte los análisis en el móvil e ir más despacio con el tractor en aquellos lugares que necesiten más riego o abono para que caiga más caldo». 3% de los jefes de explotación son menores de 35 años. 18457 tienen estudios universitarios Daniel Cano estudió Ingeniería Geomática y Topografía en Valencia y acabó trabajando en una empresa de drones en Barcelona. Sin embargo, durante el primer año de pandemia falleció su abuelo y decidió volver a su tierra para gestionar, junto a su padre, el negocio familiar. Aunque su especialidad es la agricultura de precisión, que sigue desarrollando también para terceros, elabora además compuestos específicos para mantener los suelos en condiciones óptimas (agricultura regenerativa) y ha creado su propia línea de productos elaborados de tipo ‘gourmet’. Su padre, reconoce, todavía se sorprende al ver cómo estos «novatos» saben tanto. «Ahí está el tira y afloja», bromea. «Yo he traído técnicas nuevas, pero él con su experiencia me rebate algunas cosas y otras las va adoptando», admite Cano, que reconoce que, ya sea por el arraigo o por su forma de ser, no echa de menos la ciudad. «Al contrario, me siento afortunado, porque alguien que decida emprender de cero en el campo no lo tiene fácil. Y yo puedo trabajar mis tierras y las de mi familia». Tradición y modernidad Daniel Cano pertenece a esa generación de emprendedores en el sector primario que «rompe mitos». Según un estudio de COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) y la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica de la Universidad de Córdoba publicado en octubre, un 38 % de los jóvenes que se incorporan a la agricultura y a la ganadería tienen titulación universitaria y el 65 % como mínimo bachiller o Formación Profesional (FP) Superior. Un 75 % de estos ‘agromilenials’ provienen de familias que se dedican al campo y un 83 % viven en el medio rural. La cara B es que estos jóvenes son aún una minoría dentro del sector primario español, donde los menores de 35 años apenas representan el 3% del total. Apenas un 13% tiene menos de 45 años. La mayoría de los jefes de explotaciones agrarias y ganaderas, prácticamente un 40%, según corrobora el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su último Censo Agrario (2020), son mayores de 65 años.  Daniel Cano , con su dron H. Fraile Y si los ‘agromilenials’ no son demasiados, menos representación aún tienen las mujeres jóvenes . Apenas hay un 28% de jefas de explotación, según el INE –un 22% más que en el censo agrario de 2009–, y solo el 3,3% del total son menores de 45 años. Rosalía Uría es una de esas mujeres. Había estudiado Interiorismo en Barcelona, pero su marido, veterinario especializado en gestión de explotaciones lecheras, vio que había un nicho de mercado que no estaba suficientemente cubierto: el de la recría . En el 2017 decidieron abrir un negocio con apenas 40 animales en una granja alquilada. Apenas dos años después abrieron su propio centro en Titaguas (Valencia), un pueblecito con unos 460 habitantes, donde ahora tienen unas 2.000 vacas y terneras. «Yo estaba en paro, criando a mis hijos y me lancé. Era interiorista de carrera, así que imagínate el cambio. Pero me saqué el título de auxiliar de veterinaria y varios cursos más y cuando mi hijo pequeño cumplió los 4 años me incorporé al centro», relata. En su centro, Cowvet, recogen a las terneras y las crían con una leche de fórmula elaborada por ellos mismos, además de ponerles un chip que monitoriza sus constantes vitales. Cuando tienen la edad adecuada para criar, a partir de los 12 meses, se insemina cada novilla con toros de genética personalizada y además se les cambia el chip por un collar que, además de medir la salud del animal, aporta datos reproductivos y de bienestar. «Para los productores de leche esta recría es una inversión porque externalizan el proceso y pueden dedicar ese tiempo y espacio a meter vacas de leche en producción. Nosotros les garantizamos que en dos años tienen una novilla a punto de parir, mientras que para ellos el proceso se puede alargar unos 28 o 29 meses», argumentan los dueños de Cowvet, una granja que además es autosuficiente en términos energéticos. «Estamos digitalizando nuestras granjas porque no encontramos mano de obra», cuentan desde Cowvet «Tal y como está el sector primario hoy en día muchos estamos o ptando por digitalizar y optimizar mucho nuestros recursos simplemente porque no encontramos mano de obra». Según el estudio de COAG y la Universidad de Granada, los mayores obstáculos que encuentran los jóvenes que quieren entrar en el negocio es el exceso de burocracia (69%), el acceso a la tierra (42%) y el largo periodo entre que se solicita la ayuda para incorporación y su concesión (41%). Exceso de burocacia La exigencia de un trabajo prácticamente sin vacaciones y con unos costes de producción por las nubes (combustibles, piensos, abonos y fertilizantes…) pesan mucho menos que la tradición familiar, motivación del 66% de estos ‘agromilenials’. De una forma u otra, señala Gonzalo Llorente, que en su finca de La Parra (Badajoz) tiene unas 180 cabezas de ganado y unos 2.000 cochinos que cría en régimen extensivo, él siempre ha estado ligado a la explotación familiar. «Cuando estaba estudiando secundaria y se acababan las clases mi padre siempre me decía: ‘Se te acabaron las vacaciones’. Y me ponía a ayudar en la finca familiar. Siempre me ha gustado el campo, así que cuando decidí ir a la universidad pensé en algo que me sirviera para el futuro, como Ingeniería Agrícola o Veterinaria». Al final se decantó por la primera, que estudió en la Universidad de Salamanca. Y en cuanto terminó, buscó una explotación para establecerse por su cuenta. Desde hace seis años que volvió a su pueblo, solo echa de menos poder ir más a menudo al cine. «A mí es que me encanta levantarme temprano, ver amanecer en el campo. Ayer había un paisaje en la dehesa que no sé ni cuántas fotos eché. Me siento muy afortunado», reconoce este extremeño de 32 años. Gonzalo Llorente tiene una granja de cerdos y vacas en extensivo ABC Sus estudios superiores, reconoce, le han ayudado a mejorar el manejo de la finca y los animales – «mi padre se sabía de memoria el nombre de todos los animales, pero ahora que tiene mil vacas es imposible; y hay sistemas de gestión digital que ayudan mucho, así como teledetección por GPS de los animales. Y puedes llevarlo todo en el móvil», apunta–, sino también a abordar la «burocracia infinita» que rodea al sector primario: «El trabajo de despacho, antes anecdótico, ahora es diario. Aquí antes se decía mucho eso de que el que no valía para los estudios se iba al campo. Ahora es todo lo contrario. Tenemos que estar continuamente formándonos, de ahí la importancia de organizaciones agrarias como Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores)». Al final, insiste, hay muchas directrices relacionadas con la producción sostenible que no cambian la forma que tenían de hacer las cosas pero sí les obligan a hacerlo con unos controles y una metodología impuesta. «En el fondo, nos gobierna desde Bruselas gente que nunca ha pisado el campo», lamenta. Ofrecer valor añadido Muchos padres de aquella generación que se deslomó en el campo para que sus hijos tuvieran la oportunidad de estudiar, confiesan estos jóvenes ganaderos, aún se sorprenden cuando ven a sus hijos volver al pueblo. Es justo lo que les pasó a Susana Aguiar y Álex Moure, fundadores de la empresa de yogures artesanos Kalekói, que toma prestado su nombre de los primeros pobladores celtas del norte de España. «Los dos estudiamos Ingeniería, ella Industrial y yo Electrónica. Tuvimos suerte porque aunque salimos de la universidad coincidiendo con la crisis de 2008, encontramos trabajo pronto en terceras empresas, cumplimos los objetivos de nuestros padres. Pero con 30 años vimos que no íbamos a seguir creciendo, aunque nos gustase el trabajo. Entonces Susana pronto vio la opción de montar algo por nuestra cuenta, y como en la ingeniería hay mucha competencia, vimos que lo que nos podía diferenciar era poner en valor la leche de primera calidad que producían los padres de Susana», dice Moure. Comenzaron su andadura en 2015, vendiendo en la hostelería sus yogures de fermentación muy lenta. En el pueblo eran «los de los yogures», recuerda entre risas este treintañero. Pero en la pandemia vieron que no podían depender solo de la hostelería y comenzaron a distribuir sus productos en algunas cadenas de supermercados. La ubicación estratégica de su obrador, al lado de la autopista, facilita el desarrollo de esta vía de negocio. Además, fueron de los primeros en sacar al mercado yogures con leche A2, más digerible y apta para personas con pequeñas intolerancias, lo que les llevó a ganar el Premio Alimentos de España 2021 que otorga el Ministerio de Agricultura. Proteínas sostenibles Más futurista aún es la granja de gusanos Just Bugs, que empezó a funcionar en Cuevas de Almudén (Teruel) hace poco más de un año. José Luis Gresa, Alberto Fandos e Ignacio Villarroya son sus impulsores, aunque la idea partió de este último, ingeniero químico, que durante su Erasmus en Dinamarca elaboró una serie de preparaciones alimenticias basadas en crustáceos. En Teruel , claro, había que buscar otra materia prima. El criadero turolense de gusanos ABC Así dieron con el tenebrio molitor, popularmente conocido como gusano de la harina, un coleóptero rico en proteínas que por el momento venden vivo y deshidratado para consumo animal. Desde 2021 es un alimento apto también para humanos, pero de momento en España la ley no permite procesarlo. «Hacemos pedagogía en colegios y enseñamos a los niños todo lo que pueden hacer con insectos: galletas, snacks, chocolates… Creemos que va a ser uno de los alimentos del futuro y la idea al final es comercializarlo», plantea Gresa. Desde el principio, destaca, tuvieron claro que tenían que poner en marcha este proyecto en su pueblo, aunque estuviera en la España vaciada. Si bien según el estudio de COAG el 67% de los jóvenes agricultores echan en falta más servicios educativos y sanitarios en su entorno, ellos no se quejan: «Todo es mucho más cercano. Queríamos demostrar que se puede emprender en un núcleo pequeño».
Source: abc economia

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