Las lecciones de 2020 que no debemos olvidar

Estrenamos el año con la esperanza generada por la llegada de las primeras vacunas, que han empezado a administrarse a los colectivos más vulnerables. Todos confiamos en estar ante el principio del fin de la pandemia y en que a lo largo de este año la actividad económica vuelva poco a poco a la normalidad, pero habrá cosas que, para bien o para mal, nunca volverán a ser igual y habrá secuelas, también en el ámbito económico, que tardarán años en superarse.

A lo largo de 2020 se han registrado cifras económicas nunca vistas. En un solo mes, el de marzo, se destruyeron 834.000 empleos. En ese mismo mes, la tasa de ahorro marcó una cifra inédita, un 22,5% de la renta disponible, casi tres veces la media de los últimos 10 años, que se había situado en el 8,2%. En tres meses, entre abril y junio, el PIB se desplomó un 17,8%. Importaciones y exportaciones cayeron más de un 30% en el mes de abril. El déficit público superó los 60.000 millones de euros en el segundo trimestre. Y la deuda pública ha marcado récord histórico superando los 1,3 billones de euros. Es cierto que tras algunas de estas caídas, como las del PIB y la del empleo, producidas por el confinamiento, se produjeron importantes repuntes, pero todavía hay camino por recorrer para recuperar todo lo perdido. Los analistas más optimistas apuntan que la recuperación puede producirse en 2022.

Pero el año 2020 también deja lecciones que si las aprendemos pueden ayudarnos a construir un futuro mejor. Ha sido el año del teletrabajo y del impulso de las compras digitales. Si algo hemos aprendido es que si es necesario muchos de los trabajos que ahora se realizan en las oficinas se pueden hacer desde casa. Esto puede reducir considerablemente el absentismo laboral y ayudar a conciliar la vida familiar y laboral cuando la normalidad, no la nueva, la de siempre, vuelva antes o después. El teletrabajo puede contribuir, además, a reducir atascos en las grandes ciudades e incluso a ayudar a repoblar la España vaciada. Pero todo eso requiere de un importante impulso de la digitalización.

La pandemia y las restricciones han acelerado, sin duda, la digitalización en muchas grandes pero también pequeñas empresas que han visto en la venta de sus productos o servicios por internet la única forma de mantener a flote sus negocios. En estos últimos años se ha debatido mucho sobre el perjuicio que estas compras online pueden provocar al pequeño comercio o a los productores nacionales, pero lo cierto es que también pueden ser una oportunidad para ellos. Los consumidores somos cada vez más exigentes y sabemos cada vez más lo que buscamos y lo que queremos, y no solo es cuestión de precio. De modo que a veces se trata de buscar nichos de negocio y no solo los grandes lo consiguen.

Las medidas de protección frente al coronovirus y las compras online también han acelerado los pagos con tarjeta, móvil o dinero digital, lo que es una buena noticia para la lucha contra el fraude. Este tipo de pagos deja huella y Hacienda tiene mucho más fácil seguirle la pista. Y esto es, sin duda, una buena noticia para todos. Si todos pagamos nuestros impuestos, sería posible tener tipos más reducidos, o tener más dinero público para prestar mejores servicios. El Gobierno también tiene su responsabilidad en esta tarea. Subir los impuestos, como va a hacer en este comienzo de año, no parece la mejor formar de reactivar la economía o desincentivar el fraude. Pero de eso ya hablaremos.
Source: ABC

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