Alemania, laboratorio experimental de la semana de 28 horas

En 2015, la ciudad alemana de Gotemburgo realizó un primer experimento en el que 70 enfermeras y cuidadores pasaron de una jornada laboral de 8 horas a solo 6, manteniendo el mismo salario. Tras 18 meses, el personal municipal registraba menos bajas por enfermedad y aumentó su productividad, organizando hasta un 85% más de actividades con los ancianos de los que se ocupaba, pero solo la prueba piloto costó 1,3 millones de euros al ayuntamiento, para cubrir las horas que quedaban vacías. El concejal que promovió la idea, Daniel Bernmar, resumió: «queda claro que todo funciona mejor con una jornada de 6 horas, pero que no nos lo podemos permitir sin subir los impuestos».

En 2018, el sindicato IG Metall llegó con la patronal a un acuerdo para dar la posibilidad a parte de sus 2,3 millones de afiliados de optar por una semana de 28 horas durante dos años, prorrateando su salario, o por jornadas de 40 horas para lo que deseasen «tapar huecos productivos». Más de 700 empresas en sur de Alemania participan en ese segundo experimento, entre ellas Daimler, ZF y Bosch, pero han sido proporcionalmente muy pocos los trabajadores interesados, de manera que la herramienta había ido quedando en desuso hasta la llegada del coronavirus.

Entre la batería de medidas tomadas por el gobierno alemán contra la recesión, figuran las subvenciones a las jornadas reducidas, a las que las empresas se han adherido en gran porcentaje debido al parón productivo. Esta fórmula fue ideada por primera vez por Volkswagen, que atravesó la profunda crisis en la década de 1990 gracias a la semana de 28,8 horas acordada con el sindicato. El gobierno Merkel aplicó ya también esta receta en la anterior crisis, a partir de 2008, y volvió a tener éxito. En Alemania, por tanto, no hay ERTEs, sino reducciones de jornada con ayuda estatal para compensar la pérdida de salario. Y el sindicato IG Metall reivindica ahora que la figura quede fijada en los convenios y que se extiendan esas subvenciones durante dos años, dado que sin la ayuda estatal, la jornada de 28 horas ha demostrado no ser viable ni para los trabajadores ni para la industria. La patronal de la industria parece abierta a la idea, mientras el sector servicios es reticente.

En el documento de posicionamiento sobre la jornada de 28 horas, el partido Die Linke (La Izquierda) se manifiesta, sin embargo, en contra. Su líder, Katja Kipping, explica que «si bien es cierto que para los actuales estándares de vida la jornada de 40 horas no es aceptable, también vemos que serían las mujeres y los jóvenes los que mayoritariamente obtendrían jornadas voluntarias de 28 horas, por lo que se afianzarían esquemas sociales indeseables. Por eso pensamos que una jornada de 30 horas obligatoria para todos los trabajadores llevaría a una situación social más equilibrada».

En el sur de Alemania, de todas formas, se lleva experimentando con varias otras posibilidades. Los convenios colectivos de la industria metalúrgica y eléctrica de Baden-Württemberg (TV Besch), permiten que las horas de trabajo se reduzcan hasta un 10%, hasta las 31,5 horas semanales, sin compensación salarial. Además, el convenio colectivo sobre el trabajo y el empleo a tiempo reducido (TV KB) prevé la opción del «trabajo a tiempo reducido convenido colectivamente», lo que significa 28 horas a la semana, e incluso 26, con una compensación salarial parcial por las horas de trabajo perdidas. A una semana de cuatro días, corresponde a un aumento en el coste de las horas de trabajo realizadas de poco menos del 4%.

La experiencia alemana demuestra, por lo demás, que para la pequeña empresa el perjuicio es muy significativo. Lasse Rheingans, que dirigía en 2017 una empresa en Bielefeld, una agencia de digitalización con 12 empleados, les ofreció una jornada de 8 a 13 durante un año y concluyó después que, si bien durante los primeros meses la actividad no se resentía demasiado, con el paso del tiempo faltaba intercomunicación entre los departamentos, surgían menos ideas y había menos discusión sobre estrategias. Además, los empleados descubrieron que no estaban dispuestos a tanta flexibilidad como exigía ese horario, porque tenían que recibir llamadas de la empresa o responder correos fuera de la oficina y reconocían que surgían problemas tanto en el desarrollo profesional como en la vida personal.
Source: ABC

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