El BCE despliega todo su arsenal y lanza un salvavidas a los países más endeudados

El doloroso picotazo del infame «cisne negro» del coronavirus está obligando a desplegar toda la artillería monetaria (y aún solo parte de la fiscal) para frenar el contagio masivo a la economía de una crisis de desarrollo y consecuencias imprevisibles. Un esfuerzo necesario que obligará a disparar el gasto y a seguir engordando una deuda pública que tampoco había encontrado freno en el último lustro de recuperación económica. España afronta la situación de emergencia desde un punto de partida que no se puede calificar de envidiable: el volumen de la deuda pública escaló en enero hasta 1.195.942 millones de euros. Una lastre de casi 1,2 billones que representa el 95,8% del PIB, según los datos del Banco de España. «La situación de las cuentas públicas de España dificultaba la adopción de políticas fiscales expansivas, dado que partimos de unos niveles de déficit y deuda elevados», explica Javier Santacruz Cano, profesor del IEB. «El Covid-19 no se veía venir, pero sí se sabía que nos encontrábamos en una fase madura del ciclo económico y que, por tanto, la fase contractiva o recesiva, por un motivo o por otro, no tardaría mucho en llegar», añade Gonzalo Gómez Bengoechea, profesor de Economía de Comillas Icade.

Con los deberes de las reformas y del esfuerzo fiscal pendientes, llegaba el inesperado estallido del Covid-19 y el papel del BCE se antojaba fundamental para evitar un contagio en el mercado que provocara la huida de los inversores de la deuda de España e Italia y un repunte descontrolado de sus primas de riesgo. Una sangría que comenzaba a ser real después de que, la pasada semana, Lagarde se abrazara con despreocupación a la imprudencia al asegurar que reducir las primas de riesgo «no es la función del BCE». Un monumental error de cálculo que hundió las Bolsas y llegó a disparar el pasado miércoles la prima de riesgo española por encima de los 160 puntos básicos, su mayor nivel en los últimos tres años. En paralelo, el interés del bono italiano llegó a superar el 3%. Un inquietante repunte que se contagió a todos los títulos europeos, incluso al tradicional refugio del «bund» alemán. En la noche del miércoles, el BCE enmendaba su error por la vía urgente con un histórico bazuca de 750.000 millones de euros para la compra de deuda, tanto pública como corporativa. El anuncio bastaba para devolver cierta calma a un mercado de renta variable instalado en el vértigo, pero sobre todo para relajar la presión sobre la deuda periférica. En una sola jornada, el bono español a diez años pasaba de superar el 1,40% a rondar el 0,8% (cayó hasta el 0,72% el viernes). Y la prima cerraba la semana en el entorno de los 105 puntos básicos.

El movimiento de Fráncfort también fue aplaudido por los expertos. «Es una herramienta razonable para parar la sangría en los niveles de financiación de los gobiernos», asegura Ignacio Perea, de Tressis. «El repunte de las primas de riesgo era muy problemático porque podía haber secado el mercado en un momento en el que necesitas financiación para activar tus políticas de reacción contra el coronavirus. Esas medidas cuestan dinero y tenemos unas finanzas públicas bastante saturadas. Estaba claro que la solución debía venir del BCE», subraya Antonio Moreno, catedrático de Economía y director del Master of Economics and Finance de la Universidad de Navarra.

Lo que sea necesario
Este experto apunta a otras herramientas que aún están en la recámara del supervisor europeo. «Hay instrumentos, como los eurobonos, para que de alguna manera se compartan todos los riesgos entre todos los países de la zona euro. Y se ha hablado también del posible papel del Banco Europeo de Inversiones (BEI), para que sea el que preste a las pymes con financiación del BCE. De esa manera, el riesgo no se concentraría en España ni en sus bancos», explica Moreno. Aunque alguna información reciente ha apuntado que su postura se ha suavizado por la gravedad de la situación, la canciller alemana, Angela Merkel, siempre ha sido alérgica a la sola mención de una posible mutualización de la deuda continental. Pero todos los escenarios están abiertos. La propia Lagarde aseguraba este viernes en un artículo que el BCE «está totalmente preparado para aumentar el plan de emergencia» y para ser mucho más flexible que en otras ocasiones. Lo que sea necesario, hasta que sea suficiente.

Gonzalo Gómez de Bengoechea cree que dos de los grandes peligros de esta crisis sin precedentes, su universalidad y su gravedad, también se han traducido en una pequeña ventaja para España. «Por su propia complejidad esta situación es muy difícil de abordar por parte de los «policy makers», pero eso también implica que necesitará soluciones de consenso a nivel internacional. Dicho de otro modo, si en España hubiéramos tenido una pequeña recesión el BCE nos hubiera dado mucho menos margen con el déficit o con la deuda que en este caso», concluye.

La respuesta de Lagarde ha sido más lenta que la desplegada por la Reserva Federal, pero casi meteórica si se compara con la lentitud de reflejos de Jean Claude Trichet en los albores del crack de 2008. Europa parece ahora mejor pertrechada para ofrecer respuestas frente a las emergencias, pese a su crecimiento anémico y al estrecho margen que ofrecen sus tipos ya congelados antes de la eclosión del virus. «Hemos aprendido mucho desde entonces. Si tomamos perspectiva, Europa está mucho más preparada y ha avanzado en su proceso de construcción. Lo que sigue faltando es una política fiscal común, que como sabemos implica impuestos, pero también conlleva, en momentos necesarios, acciones comprometidas para afianzar el sistema o para expandir la economía. Lo que está claro es que, aunque la primera reacción a la gestión de la crisis no haya sido un «todos a una», la respuesta a esta emergencia solo puede ser europea, no de los estados», explica Fernando Castelló Sirvent, economista, investigador y profesor de ESIC Business School.

La reacción de Lagarde ha sido más lenta que la desplegada por la Reserva Federal, pero casi meteórica si se compara con la lentitud de reflejos de Jean Claude Trichet en los albores del crack de 2008. Europa parece ahora mejor pertrechada para ofrecer respuestas frente a las emergencias, pese a su crecimiento anémico y al estrecho margen que ofrecen sus tipos ya congelados antes de la eclosión del virus. «Hemos aprendido mucho desde entonces. Si tomamos perspectiva, Europa está mucho más preparada y ha avanzado en su proceso de construcción. Lo que está claro es que, aunque la primera reacción a la gestión de la crisis no haya sido un «todos a una», la respuesta a esta emergencia solo puede ser europea, no de los estados», explica Fernando Castelló Sirvent, economista, investigador y profesor de ESICBusiness School. Todas las medidas parecen estar sobre la mesa. De hecho, en un movimiento sin precedentes, la Comisión Europea anunciaba en la tarde del viernes, vía Twitter, que propondrá, suspender las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, dando vía libre para que los estados olviden los metas de ajuste del déficit.

Una crisis imprevisible
Los expertos coinciden en que la evolucion de la crisis es imprevisible. La deseada recuperación en «V», o al menos en «U», se complicará si el virus sigue superando fronteras y provocando cuarentenas en nuevos países. «Es posible que nos encontremos con disrupciones en la globalización y en el sector exterior, que estaba siendo una de las principales fuentes de crecimiento de nuestra economía», reconoce Gómez de Bengoechea. Y cuando, finalmente, toda esta pesadilla acabe, el problema de la ingente deuda seguirá ahí, aun más visible. «Los políticos deberían tomárselo en serio y trabajar en el objetivo de que España tuviera un nivel de deuda en torno al 80% del PIB, pero aquí nos cuesta ver esto como una prioridad, falta cultura pública para tener unos niveles de deuda sostenibles», remacha Antonio Moreno. De momento, toca armarse frente a una amenaza con un poder de de destrucción aún incalculable.
Source: ABC

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