¿Hacia dónde camina Estados Unidos?

«Nunca ha habido un momento mejor para contratar, construir, invertir y crecer en Estados Unidos. Estamos abiertos a los negocios y volvemos a ser competitivos», sonaba la voz de Donald Trump hace unas semanas en el Foro de Davos. Las cifras económicas que se publican y los acontecimientos que se viven en el seno del gigante norteamericano parecen darle plenamente la razón.

El país atraviesa una dulce coyuntura económica, tras ocho años de crecimiento ininterrumpido. En el pasado ejercicio, el PIB cerró con un incremento del 2,3%, siete décimas más que en 2016, y el mercado de trabajo registra niveles de pleno empleo (poco más del 4% de desempleo), dentro de un panorama de estabilidad de precios, con tasas en el entorno del 2%. Las previsiones para 2018 invitan también al optimismo. Todo parece indicar que continuará la fase expansiva, con el estímulo extra que supone la nueva reforma fiscal y un muy ambicioso plan de inversión en infraestructuras.

Se calcula que la rebaja de impuestos —la más importante desde los tiempos de Ronald Reagan— tendrá un impacto de 1,5 billones de dólares durante los próximos diez años. Los grandes beneficiarios serán las empresas, que han visto reducido el tipo federal del impuesto de sociedades del 35% al 21%, además de ver incentivada la repatriación de las ganancias obtenidas en el exterior. El nuevo marco tributario supondrá un revulsivo para el consumo y la inversión privada en una economía con un fuerte mercado interno, y a él habrá que sumar el fuerte estímulo que generará la puesta en marcha de un plan de infraestructuras por importe de 1,5 billones de dólares.

Estados Unidos es uno de los principales actores del comercio internacional. Ocupa el primer puesto en el comercio de servicios, y es el segundo exportador y el primer importador de mercancías. La economía estadounidense presenta un déficit comercial estructural, que en 2017 aumentó un 12% hasta alcanzar la cifra récord de 566.000 millones de dólares. Una situación que la nueva Administración Trump quiere corregir con un giro al proteccionismo cuyas consecuencias a escala global no están aún suficientemente tasadas.

Por las últimas declaraciones y hechos, parece evidente que el presidente norteamericano piensa que el comercio internacional es un «juego de suma cero». Trump interpreta que algunos países se están beneficiando del déficit comercial estadounidense, y siguiendo este razonamiento, la solución que propone pasa por remodelar las relaciones comerciales de Estados Unidos con el resto del mundo. En año y medio de gobierno, Estados Unidos ha abandonado el TTP (Trans-Pacific Partnership), ha congelado las negociaciones del TTIP con la Unión Europea y está revisando el NAFTA con Canadá y México. Además, ha establecido aranceles más elevados a las importaciones de aluminio y acero, lo que podría ocasionar una guerra comercial a nivel mundial.

La política proteccionista de Estados Unidos sitúa a la Unión Europea como el principal defensor del libre comercio en el mundo, junto con China. Desde el punto de vista europeo, esta situación es propicia para cerrar o renovar acuerdos de libre comercio con países que necesitan buscar mercados alternativos ante las crecientes barreras comerciales estadounidenses. Es el caso, por ejemplo, de Mercosur y de México.

España, desde hace años, ha estado muy bien situada para sacar partido de las oportunidades en Estados Unidos. Sin embargo, la nueva política proteccionista, que tiene en su punto de mira fundamentalmente a China, pero también a la Unión Europea, tradicionalmente uno de sus principales socios comerciales, obliga a estar muy atentos a lo que finalmente se legisle en Washington. Estados Unidos ofrece a los exportadores e inversores españoles un mercado enorme, crecimiento económico y seguridad jurídica; pero las amenazas de subidas de aranceles harán más difícil este mercado para algunos exportadores, que pueden ser muchos si se desata una guerra comercial.

Estados Unidos es el sexto cliente y el quinto proveedor de la economía española —las exportaciones sumaron 12.460 millones de euros, mientras que las importaciones ascendieron a 13.820 millones—. Sin embargo, en lo que se refiere a la inversión directa en el país, las cifras son realmente sobresalientes. El país norteamericano representa el segundo destino de la inversión española en el mundo, sólo por detrás del Reino Unido, con un stock que asciende a 62.300 millones de euros.

Ello viene a indicar que serán precisamente las empresas instaladas en el país las que, de forma directa, se vean más favorecidas por la nueva coyuntura político-económica. A su favor juega, además, un buen clima diplomático bilateral y un patrimonio cultural compartido. No en vano, Estados Unidos es el segundo país hispanohablante del mundo y en 2050 podría arrebatar el primer puesto a México.

Antonio Bonet es presidente del Club de Exportadores e Inversores Españoles
Source: ABC

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *