Este hombre abría los cerebros de sus pacientes de par en par y les implantaba recuerdos falsos

Año 1931, una señora llega a una sala oscura, se quita el abrigo y se tumba sobre una camilla. Al momento llega un señor con bata blanca, le dice que se relaje y que piense en una hoja en blanco. Pase lo que pase, es fundamental que esa señora se mantenga consciente después de abrirle la primera capa del cerebro.

Este hombre abría los cerebros de sus pacientes de par en par y les implantaba recuerdos falsos

Ese mismo año, ocurrió uno de esos momentos donde la comunidad científica no tenía muy claro si alegrarse o echarse a temblar. De hecho, todavía hoy no está del todo claro lo que se consiguió (o no). Si el señor de la bata blanca que acababa de entrar en la sala de operaciones tenía razón, la ciencia sabe desde hace medio siglo cómo volver a nuestros recuerdos más escondidos.

Por el contrario, si el señor de la bata blanca no estaba en lo cierto, al menos su historia dio origen a universos tan fascinantes como Blade Runner o Total Recall. Su estimulación eléctrica iba a ser revolucionaria de cualquier manera.

Un recuerdo eléctrico

Cuando la señora se puso “cómoda”, la anestesia que había esterilizado su cuero cabelludo comenzó a hacer efecto. En ese punto, la paciente seguía estando con el doctor, tenía los ojos abiertos de par en par y podría ver si quisiera cómo el médico comenzaba a realizarle la primera de las tres incisiones en el cuero cabelludo.

Luego llegaría “la escena”, al cortar una primera capa del cráneo y desprenderla. Literalmente, aquella mujer tenía la parte superior de su cráneo cortada. Sin embargo, seguía despierta, y si hubiera un espejo en el techo, podría haber visto al neurocirujano moviéndose detrás de ella mientras le hurgaba en la cabeza.

Cuando el rito se terminó, el señor de la bata blanca levantó un instrumento, un electrodo en forma de bola de plata monopolar, y lo presionó suavemente sobre el cerebro de la paciente. Ella no podía sentirlo porque no hay terminaciones nerviosas en el cerebro, pero de repente, un recuerdo brilló antes sus ojos, algo en lo que no había pensado en años.

La mujer gritó exaltada, estaba viendo la visión de su madre y su padre, ambos de pie en la sala de la casa en la que creció, y los dos estaban cantando. La mujer los veía de cerca. Era un villancico de Navidad. Aquella escena la estaba viendo tan clara, que se puso a tararearla con “ellos”.

Y justo en el momento en que la paciente comienza a cantar tumbada boca arriba con medio cráneo abierto, el doctor Penfield retira el electrodo y la memoria desaparece tan rápido como apareció.

El botón de los recuerdos

Esta escena fue muy real, y se repitió un número indefinido de veces. El hombre de la bata blanca era el famoso neurocirujano canadiense, Wilder Penfield, y el fenómeno que la mujer acababa de experimentar fue el conocido como “recuerdo eléctrico”.

Mientras realizaba una cirugía cerebral en pacientes epilépticos durante la década de 1930 y 1940 en el Instituto Neurológico de Montreal, Penfield descubrió que, a veces, cuando tocaba un electrodo en sus cerebros, los recuerdos aleatorios se entrometían en los pensamientos conscientes.

Era como si hubiera encontrado el archivo de la cinta de video de la mente. Cuando presionaba el botón mágico, empezaban a reproducirse escenas del pasado de los pacientes. El propio Penfield aplicó esta analogía de la cinta de vídeo comentando que, “aplicar el estímulo era como presionar el botón de inicio en una grabadora. Las memorias empezarían a reproducirse ante los ojos del paciente, en tiempo real”.

Lo cierto es que Penfield hurgaba en los cerebros para orientarse durante el procedimiento quirúrgico, porque las neuronas de cada uno están cableadas de forma diferente, además, le servía para localizar regiones dañadas. Tocaba su electrodo directamente con una región, por ejemplo con una parte en el lóbulo temporal, y acto seguido le preguntaba al paciente qué sensación, si es que sentía algo, tenía en ese momento.

Posteriormente, colocaba una hoja numerada en ese lugar del cerebro. Cuando terminaba, tomaba una foto de todos los pedacitos de papel. La foto resultante le sirvió como un mapa del cerebro del paciente al que podría referirse mientras trabajaba.

La primera vez que uno de sus pacientes le informó sobre un recuerdo de memoria espontánea ocurrió en 1931. Penfield estaba operando a un ama de casa de treinta y siete años. Cuando estimuló su lóbulo temporal con un electrodo, de repente dijo que “parecía verse dando a luz a su bebé”.

El médico estaba seguro de haber tropezado con la evidencia de una biblioteca de la memoria dentro del cerebro. De hecho, lo imaginó como “un registro permanente de la corriente de la conciencia, un registro que es mucho más completo y detallado que los recuerdos que cualquier hombre puede recordar por esfuerzo voluntario”.

Así comenzó una búsqueda sistemática de esa biblioteca de la memoria en otros pacientes. Durante un período de más de veinte años, tocó con su electrodo a cientos de cerebros expuestos, lo que provocó que los sujetos informaran de una gran variedad de recuerdos, muchos de ellos realmente siniestros, otros sin sentido alguno.

Era como si Penfield fuera una especie de mago, un tipo capaz de sacar pensamientos extraviados, a veces brillantes, de la gente. No es vano, su trabajo en este campo fue tan influyente que traspaso fronteras para ofrecer a la ciencia ficción un grado de realidad (y calidad) inaudito.

En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, se hace referencia a un aparato llamado “Penfield” o “the mood organ”, que regulado un número de tres cifras (posiblemente utilizando estímulos eléctricos) cambia la forma como una persona se siente. Se hace referencia a estados como “absolutamente complacientes” o “depresión auto acusatoria”.

Sí, el escritor se basó en el trabajo del doctor. No sólo eso, Dick también escribió la novela en la que se basó la película Total Recall, curiosamente, como tema principal los implantes de recuerdos “falsos”, ¿casualidad?

El descubrimiento de Penfield generó gran emoción en la comunidad científica durante la década de 1950, justo después de revelar públicamente sus hallazgos. Algunos lo aclamaron como confirmación clínica del concepto psicoanalítico de los recuerdos reprimidos. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la misma comunidad se volvió más escéptica hacia su trabajo.

Philip K. Dick también escribió la novela en la que se basó la película Total Recall, curiosamente, como tema principal los implantes de recuerdos “falsos”, ¿casualidad?

Ningún otro neurocirujano pudo replicar los resultados de Penfield. En 1971, los doctores Paul Fedio y John Van Buren declararon que, en un extenso trabajo con pacientes epilépticos, nunca habían sido testigos del fenómeno que Penfield había informado.

Los neurocirujanos notaron que era posible provocar alucinaciones breves por medio de la estimulación eléctrica del cerebro, y se basaron en esta observación para argumentar que Penfield confundía tales alucinaciones por recuerdos. Lo cierto es que en la actualidad no hay muchos científicos que crean en la idea de Penfield, en esa biblioteca de la memoria completa escondida en nuestro cerebro esperando a que utilicemos la llave que había encontrado.

Es muy posible que tengan razón, pero como nadie puede replicarle, tampoco pueden darle por loco. Aún así, sería perversamente genial si Penfield estuviera en lo cierto y pudiéramos acceder a todo lo que hemos visto o escuchado alguna vez. Presionar un botón como si fuera un control remoto y recordar dónde estábamos en cada momento de nuestra vida.

Aunque pensándolo bien, es posible que también acabásemos olvidando donde colocamos el control remoto.

Fuente: gizmodo / MF

Categoria: 

Source: Informe21

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *